martes, 12 de noviembre de 2013

LEYENDO SANTO VITUPERIO DE HOMERO CARVALHO

El Club de Lectura de Bibliotecarios municipales, tuvo anoche su tercera sesión con la novela Santo Vituperio de Homero Carvalho. El clima de la noche cruceña (un leve viento de sur) y el mismo texto ameritaba que el “junte” se realizara fuera de los predios de la Biblioteca Municipal así que primero dimos un paseo por la Av. Monseñor Rivero para finalmente sentarnos, en “Mr. Café”, a conversar y compartir lo leído. Fue una linda tertulia, con sabor a poco, luego viene una cita con el autor del libro para “redondear” la lectura de esta novela. Compartimos unos breves fragmentos de la novela:

«A mí me cambiaron cuando era chica. Mi madre decía que vino el viejo del costal y se llevó a la verdadera Inés, que era una niña muy buena, y dejó a una llorona, malcriada y callejera. Si seguís así, seguro que vas a ser una perdida, como la fulana que no tuvo quince pero que ya parió, amenazaba mi madre refiriéndose a una chica del barrio, fea y con hijos. Y me perdí porque dejé de ser yo misma para ser otra. Siempre que salía a la calle me transformaba en una mujer diferente, me convertía en Claudia, un nombre que me gustaba cuando era niña y jugaba a ser otra persona pensando que no me reconocerían y segura de que nadie se enteraría de lo que hacía. Creo que, de vez en cuando, todos queremos ser otra persona, y a mí lo del nombre falso me sirvió para creer que me ocultaba hasta que me dediqué por entero a la calle. Allí las conocidas me aconsejaron que usara, nomás, mi nombre porque era muy bonito. Da la impresión de alguien muy tierno, inocente, me dijeron, y no volvía a usar el de Claudia. Lo único bueno de mi vecindario fue que la mala fama que me hicieron sirvió para crearme una buena reputación en la calle.» p. 59

Isabel, Carlos, María Claudia, Marbel, Angela Ma. y William

En "Mr. Café"
«Llegó como si estuviera de paso. Era un grupo inusual entre la bohemia literaria, en un pueblo donde era una obligación agruparse en comparsas, fraternidades, círculos de amigos, clubes, camarillas, sociedades y hasta logias secretas, ellos se distinguían porque no pertenecían a ninguna de las asociaciones de escritores que existían. A su manera, cada uno era fanático de un escritor en particular. Saludó y se sentó. Hablaban de literatura, ¿de qué otra cosa podría ser? Y como era de esperarse ninguno de los presentes cedía terreno en lo suyo. Dejó que la charla tome un rumbo más propicio para sus propósitos. Diga los nombres narrador, nadie puede andar por la vida sin un nombre que lo identifique, sería como si no existiera, asignándole uno le damos sentido a su existencia, lo volvemos susceptible de ser invocado y, por tanto, narrado, intervino el lector.» (p. 23)


«El nuevo bulevar había reinventado la ciudad agitando la vida de San Lorenzo en un frenesí pretendidamente metropolitano, y a la gente le gustaba ir a conversar o a, simplemente, mirar y dejarse mirar por la concurrencia.» (p. 63)

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